Comentario
Desde 1640 Japón era un país cerrado al mundo exterior, con un profundo dirigismo económico que propugnaba el alejamiento del comercio y la defensa del mundo agrario, con una rígida estamentalización por clases y funciones sociales donde el individuo queda condicionado por su actividad económica.A pesar del estrangulamiento a que se encontraba sometido el comercio exterior y el horizonte escasamente promisorio del ámbito doméstico, el período Edo experimentó un notable crecimiento económico, tanto rural como urbano, al que contribuyeron sin duda la paz, el aumento de la productividad agrícola, la desmedida demanda urbana, las diversas mejoras tecnológicas, el servicio alterno de los daimios en la capital y el crecimiento demográfico.
Resultante de una mezcla de las experiencias del siglo XVI y de la nueva cultura confuciana del siglo XVII, el pensamiento económico Tokugawa se basaba en la agricultura como principal fuente de riqueza. Una sociedad en la que los samurais gobiernan, el campesino produce y el comerciante distribuye, adoptaba una política económica tendente a la diversificación interna y a la restricción del comercio exterior. Pronto esa visión anacrónica se hizo insostenible, fundamentalmente a causa del desarrollo del comercio y de la artesanía, pero sobre todo porque los samurais, alejados de la vida rural, se transformaron en un estamento ciudadano. El confucionismo, en principio hostil a la economía, pronto se adaptó a los nuevos tiempos y, a finales del período Tokugawa, escritores, como Dazai Shudai, preconizaban la aceptación de la economía dineraria como legítima manifestación del crecimiento económico.
Como principales características de la agricultura destacan el pequeño tamaño de las explotaciones, el cultivo intensivo y la división de los campos en dos tipos: los irrigados, para el arroz, por una parte, y los de secano, para los demás cereales y legumbres, por otra. El sector agrícola experimenta una notable expansión a lo largo del siglo. La producción aumenta debido a una mejora del utillaje y del perfeccionamiento de las técnicas agrícolas. Asimismo, se observa una diversificación de los cultivos de forma que a los cereales se añade el arroz, cultivo que se generaliza hasta el punto que se producía ya, con fines comerciales, en muchas regiones japonesas. Los cambios fueron más rápidos a partir de la segunda mitad del siglo XVIII, como lo confirman la publicación continua de libros de agronomía, la especialización bovina y caballar del centro y norte de Japón, respectivamente, la expansión de cultivos como el tabaco, el algodón y la explotación de productos subsidiarios, como la madera. En definitiva, en el siglo XVIII se había pasado de una economía de subsistencia a una economía comercial, donde la venta de determinados productos había modificado el carácter de la economía rural.
El excedente económico dio lugar a numerosas actividades secundarias, como el préstamo de dinero o la producción y de tejidos, al tiempo que afectaba a la organización social campesina básica. Los propietarios más ricos alteraron las antiguas estructuras concentrando tierras y contratando personal asalariado, mientras que los más desposeídos quedaban convertidos en meros jornaleros. Pero quizá el problema agrario más grave fue la precaria relación existente entre la población y los recursos alimenticios. En efecto, las malas cosechas, con las secuelas subsiguientes de carestía y hambre fueron frecuentes en este siglo, situándose los períodos más graves en 1732, 1783 y 1787. El descontento del campesinado, por estas razones, era endémico y, aunque más patente en las duras provincias del Noroeste, se había extendido a todo el país; dado que los campesinos carecían de armas, los levantamientos solían acallarse rápidamente y los líderes eran ejecutados. Pero la protesta campesina era un movimiento económico carente de todo contenido revolucionario, no se pretendía rechazar el orden social sino trataba sólo de pedir que se corrigiesen algunos de sus aspectos más abusivos. En el comercio también se produjo una mejora tecnológica y un aumento de la producción. La existencia de un activo comercio interior se percibe a través del gran desarrollo del capital comercial, ya que alrededor de 1761 operaban en el Japón más de 200 casas comerciales cuyas actividades se basaban en el préstamo de dinero y en el intercambio.
Por otra parte, el país había entrado en una nueva fase de la economía comercial centrada en las ciudades. El crecimiento de éstas había sido espectacular en detrimento del mundo rural, iniciándose así la orientación moderna de abandono del sector primario. Al desarrollo comercial contribuyeron otros factores como el aumento de los transportes y el nacimiento de nuevas rutas terrestres, fluviales y marítimas y el rápido desenvolvimiento de un sistema de circulación y de cambios, debido a la utilización de un sistema paralelo de cuatro medios de intercambio: el arroz, el oro, la plata y el cobre, y al surgimiento en Edo y Osaka de casas de banca y cambio para negociar letras de transferencia o de crédito entre ciudades. Así pues, a finales del siglo XVIII eran perceptibles, a dos niveles, los signos de una nueva fase del desarrollo económico: el crecimiento urbano y la expansión del mercado de artículos de consumo había inculcado un nuevo espíritu de empresa en el sector agrario; y la generalización de nuevas técnicas de producción en serie, fundamentalmente en los tejidos de seda, en la fabricación de papel y en las manufacturas de trabajos laqueados. El comercio exterior resulta ínfimo por la rigurosa política de aislamiento que persistirá hasta la aparición de la escuadra del comodoro Perry en 1853. Las únicas excepciones fueron sus relaciones mercantiles con China y con los holandeses, a los que se les permitió operar solamente en la isla de Deshima, situada en el puerto de Nagashaki, y en pequeñas proporciones.
Por su parte, los samurais, como dirigentes y administradores, vivían del trabajo ajeno. Clase gobernante, parecía incapaz de asimilar una creciente economía basada en el dinero. Hacia 1700, su presupuesto comenzaba a mostrarse deficitario. Durante aproximadamente todo el siglo se esforzó en reducir, sin demasiado éxito, su crisis fiscal crónica mediante créditos obligados y devaluaciones. Pero casi nunca logró canalizar la tremenda riqueza de los mercaderes hacia sus arcas fiscales ni restar cierto poder económico a las casas de préstamos y los emporios mercantes de Osaka y Edo.